En 1887 el arqueólogo Wolfgang Helbig presentaba ante los asombrados miembros del Instituto Alemán en Roma una pequeña pieza de oro, una fíbula de apenas 10 centímetros y medio de longitud, utilizada para sujetar ropajes como las togas.
Según aseguraba había sido encontrada en 1871 en la antigua ciudad latina de Palestrina, que las excavaciones arqueológicas databan en el siglo VI a.C. Sin embargo, no explicó que, en realidad no había sido él el autor del descubrimiento. Por el contrario, había adquirido la pieza a Francesco Martinetti, un traficante de antigüedades y conocido falsificador, de reputación ciertamente dudosa.
Cuando esa información se hizo pública, las sospechas de fraude comenzaron a crecer. No ya por la pieza en sí, de hecho se habían encontrados fíbulas parecidas en otras ocasiones, sino porque la de Helbig contenía una inscripción, y de ser auténtica sería la inscripción en latín más antigua hallada hasta entonces (condición que todavía hoy conserva).
Esa inscripción, que está en un latín arcaico de la época etrusca, dataría del siglo VII a.C. y dice: Manios med fhefhaked Numasioi (Manio me hizo para Numerio).
Supuestamente la fíbula apareció en la conocida como tumba Bernardini, que fue excavada en 1876 y no en 1871 como inicialmente afirmó Helbig. Sospechosamente, tampoco fue capaz de indicar en que parte de la tumba se había encontrado o quien lo había hecho. Georg Karo, un arqueólogo contemporáneo de Helbig, aseguró que éste le había confesado que la fíbula fue robada de la tumba, aunque sin precisar más.
Con todo, la reputación de Helbig fue finalmente suficiente para imponerse a las dudas y, durante un siglo, se dio por válida la autenticidad de la pieza.
Pero en 1980 la epigrafista Margherita Guarducci publicó un libro en que exponía la teoría de que, aun cuando la fíbula pudiera ser auténtica, la inscripción sería una falsificación de Francesco Martinetti. Es más, este se habría puesto de acuerdo con Helbig para perpetrar el engaño a finales del siglo XIX y de ese modo relanzar las carreras de ambos.
Desde entonces la controversia no ha abandonado a la pieza. En 1999 Massimo Poetto y Giulio Faccheti encontraron en un aríbalo (un tipo de vaso cerámico) una inscripción etrusca del periodo orientalizante (finales del siglo VIII a.C. – siglo VII a.C.) en la que aparece el gentilicio Numasiana. Ello vendría a confirmar la autenticidad del nombre Numaiosi que aparece en la fíbula.
Y en 2011 un equipo de investigadores dirigido por Edilberto Formigli (profesor universitario de Ciencias Aplicadas a los Bienes Culturales) y Daniela Ferro (química del Instituto Italiano para el Estudio de los Materiales Nanoestructurados) realizó nuevos análisis, utilizando las últimas tecnologías.
Se emplearon microscopios electrónicos y microsondas con rayos X, lo que combinado con los métodos de la química física y los conocimientos sobre las técnicas de orfebrería de los etruscos, les llevaron a concluir que tanto la fíbula como su inscripción son indudablemente auténticas y mucho más antiguas que los 120 años que les atribuyen los partidarios de la teoría de la falsificación.
La prueba definitiva fueron los análisis físicos y químicos detallados de la superficie entre las muescas de la inscripción, que revelaron la existencia de microcristales de oro, un fenómeno natural que solo se habría podido producir en el curso de los siglos posteriores a la fundición de la fíbula, imposible de replicar por un falsificador del siglo XIX.
La Fíbula Prenestina, hoy por hoy la inscripción en latín más antigua que se conoce, se custodia en el Museo Prehistórico Etnográfico Pigorini, en la plaza Guglielmo Marconi de Roma, y se puede visitar de martes a domingo en horario de 8 de la mañana a 7 de la tarde.
Via:
La brújula verde (LBV)