Se convirtió en heredero de Julio César con solo 18 años. Mientras luchó por el poder, fue un hombre sin escrúpulos. Cuando lo alcanzó, implantó un largo periodo de paz y se convirtió en el primer emperador de Roma. Gobernó durante 41 años y sus huellas en la historia y en España son palpables.
Cuando Bruto, Casio y el resto de los conjurados asesinaron a Julio César, el 15 de marzo del 44 a. de C., Cayo Octavio –sobrino nieto de César– tenía 18 años y era su heredero testamentario. El joven se enfrentaba a un futuro complicado, pero asombró por su astucia y valía. Un año después, ya había formado un ejército. Más adelante, con solo 36 años, se convirtió en el primer emperador de Roma.
Ocurrió el 16 de enero del 27 a. de C. Cayo Octavio Turino, que había cambiado su nombre a Cayo Julio César tras haber sido adoptado por el divino Julio, mudó de nuevo su identidad ese día, cuando el Senado reconoció en él la condición, casi sobrenatural, de Augustus, designación reservada a las cosas sagradas. Se convirtió así en Imperator Caesar Augustus, aunque para evitar suspicacias como las que condujeron al asesinato de su tío abuelo, no hubo proclamación ni adjudicación oficial de título alguno.
En la forma, el régimen no varió. En el fondo, Augusto creó una monarquía absoluta y hereditaria. Llevó la paz a Roma, tras decenios de guerras civiles, y acumuló poderes y autoridad personal, pero sin violar las leyes, siempre –en apariencia– a petición del Senado y el pueblo. Gestor eficiente y moralmente conservador, una vez vencidos sus últimos enemigos no necesitó ser cruel. Entre las conquistas de Augusto –que, sin ser un gran general, probó su valía en combate– destaca la conversión del Danubio en frontera de Roma.
LOS SOLDADOS DEL CÉSAR: Supo ver Augusto la importancia crucial de un buen ejército para conseguir el poder. Y para conservarlo. Impulsó la profesionalización de una milicia de infantes pesados y poca caballería, bien entrenada en una disciplina dura y eficaz. Los legionarios eran ciudadanos voluntarios que servían incluso durante veinte años.
Sus salarios y licenciamiento –unas diez anualidades de paga– estaban garantizados personalmente por Augusto. Cada legión constaba de 5000 hombres, más otros tantos aliados no romanos (con soldada inferior). Puso el emperador bajo su autoridad directa a 23 de las 27 legiones existentes (las otras cuatro dependían nominalmente del Senado). Augusto creó nueve regimientos selectos, las cohortes pretorianas, acantonadas cerca de Roma, y unidades militarizadas de policía y bomberos.
Amo de Egipto –donde era divino faraón, fuera de todo control–, destinó colosales cantidades de dinero a ayudas públicas y a adquisiciones de tierras para los soldados licenciados, acaso 300.000. En su testamento legó casi 40 millones de denarios a su familia y otros 25 a los soldados y al pueblo.
Fue todopoderoso gobernante del Imperio romano durante 41 años; fue aclamado como vencedor en el campo de batalla en más de 21 ocasiones; transformó Roma de una sucia urbe de barro en una lustrosa ciudad de mármol; creó provincias, organizó la justicia, construyó vías y caminos; fundó colonias para los veteranos de sus legiones (como Emerita Augusta, la actual Mérida), reorganizó el censo de ciudadanos con fines fiscales…
Y también mandó matar sin misericordia y se acostó con las mujeres de otros, humillando a sus maridos… Fue un sangriento aspirante al poder y un gobernante sereno cuando lo alcanzó.
SALVADOR DE ‘LA ENEIDA’: Con él, que fue un hombre longevo (falleció a los 76 años) y que se mantuvo 41 años en el poder, Roma consiguió un largo periodo de paz. Además, durante el ‘siglo de Augusto’ sobresalen talentos excepcionales. Bajo su protección, gestionada por su amigo Mecenas, vivieron Virgilio, Horacio –grandes propagandistas del régimen–, Ovidio, Tibulo, Propercio, Tito Livio o Vitruvio, entre los más descollantes. Y gracias a él, que se negó a obedecer los deseos de Virgilio, que pidió que se destruyera su obra, La Eneida ha llegado a nuestros días. También es cierto que fue Augusto quien se la encargó.
Nerón, a quien se la arrebató. Estaba embarazada de su segundo hijo, Druso, cuando Octavio se casó con ella, con la venia de Tiberio. Livia fue su esposa durante cincuenta y dos años y no le dio hijos. De su esposa anterior, Escribonia, había nacido Julia, la única hija de Augusto.
Julia era hermosa, inteligente, retadora y disoluta: su padre la envió por su vida escandalosa a un duro exilio en el que vivió dieciséis años, hasta su muerte.
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